Si hay algo que caracteriza a la producción musical a partir del siglo xx, señala Diego Fischerman, es la diversidad estética: ya no hay una sola música y ni siquiera se aspira a ella. Esto supuso la búsqueda de nuevos principios constructivos, el protagonismo de nuevas variables sonoras y el desarrollo de un nuevo discurso, pero siempre en diálogo con la música del pasado. Con una claridad expositiva encomiable, Fischerman traza el mapa de la llamada música contemporánea: Debussy, Satie, Stravinsky; el dodecafonismo de Shönberg, Berg y Webern; Boulez o Nono; la indeterminación y el azar en Cage y Feldman; la música popular para ser escuchada; así como también las relaciones con la industria cultural y con el poder político.