En ese idioma mudo, la obra se dirá en silencio. Su auténtico “decir”, su verdad en pintura, se enunciará como eficacia para sobrepasar cualquier lectura, para exceder cualquier aparente plenitud del sentido, como exigencia que forzará el reconocimiento de su ilegibilidad radical. Toda interpretación de la obra se abocará así a un trabajo interminable, pues su naturaleza pertenece a ese orden de la escritura que resiste a la tentación de someter la producción del sentido a los regímenes de cualquier economía estable. Sólo en tanto esta resistencia cobrará cuerpomaterialidad absoluta y muda oiríamos hablar a la verdad de la obra. “Noli me legere”, podría ser entonces su divisa.