BELIN, VALÉRIE ;PANERA CUEVAS, FRANCISCO JAVIER COORD.
La iconografía de las fotografías de Valerie Belin es silenciosa.
Posee ese silencio que precede a las catástrofes y después las sucede. El de los accidentes, los laberintos especulares de cristales y espejos, el de las ceremonias, los cuerpos y rostros de los que no sabemos si los seres a los que pertenecían siguen con vida…
Valerie Belin (1964), fotógrafa francesa de una fuerte personalidad artística, produce obras de una evidente fuerza magnética ante el espectador.
Se pudo comprobar en la exposición que se celebró en el Museo DA2 de Salamanca entre el 4 de agosto y el 30 septiembre de 2004. Y esa constatación sigue palpitante en el catálogo que se editó con ese motivo: 82 fotografías en rotundo blanco y negro, reproducidas a página completa para respetar el gran formato que Belin quiere siempre para sus trabajos.
La ausencia de toda dramatización, el empeño por no recurrir a ningún efecto, concurren en la realización de imágenes sin afecto. Incluso con temas, figuras y sujetos que llevan consigo toda una cultura de la expresividad.
Es su apuesta estética pero también parece tributaria de una situación propia de la historia del arte de finales del siglo XX. Por un lado, la institucionalización de las vanguardias (minimalismo y arte conceptual) y por otro el regreso de la pintura y la figuración, y el reconocimiento de la fotografía en el campo del arte contemporáneo desde los años 80 y 90.
Belin (admiradora de Tony Smith) nace de este arte en el que la expresividad se ha petrificado en una forma escultórica, y hoy parece que su obra va más allá de toda iconofobia para proponer algo no menos terrible, “la vitrificación de la expresividad en la imagen”.
De igual modo, renuncia al uso del titulo como arma (todas sus fotos se llaman “Sin título”), prefiriendo la evidencia del objeto y del sujeto representados. Con ello se distancia aún más de lo concreto para ampliar su generalización.
Lo orgánico, lo animado, el ser-presente, deja de manifestarse en los cuerpos vivos de algunas de sus series en las que los contornos netos de figuras hieráticas se recortan sobre un fondo blanco: Culturistas cuyas pieles parecen de metal, Muchachas Negras que pasarían por esculturas de ébano, o rostros de Modelos que recuerdan a muñecas de porcelana hechas en serie.
A su vez y mediante un movimiento inverso, Belin juega con los rastros de presencia en lo inerte. Sus Maniquíes, vaciados a partir de mujeres, conservan aún las expresiones de los modelos vivos, se han apropiado de parte de su existencia. Persiste un incesante cambio de códigos de las realidades de los sujetos en objetos y viceversa. Sus retratos a humanos remiten a robots, a maniquíes, y sus retratos a maniquíes se humanizan a pesar de la frialdad de sus rostros.
Frialdad formal y expresiva, simulacro, falta de subjetivismo, perfección técnica, vacuidad de la imagen, ejercicio intelectual, naturaleza muerta y vanidades, poses impasibles, descontextualización, artificialidad, minimalismo e implementación de la tecnología digital para radicalizar aún más todos estos rasgos y que construyen la esencia de su arte fotográfico. Y de las que, sin embargo, es difícil apartar la mirada…
Y se puede observar en todos y cada uno de los motivos de las series que conforman este impresionante catálogo: espejos venecianos, objetos transparentes, mujeres negras, novias marroquíes, culturistas, vestidos de ceremonia, automóviles desguazados, maniquíes, rostros, máscaras… y en una serie muy concreta, Michael Jackson, que la artista produjo especialmente para el DA2 a partir de dobles del cantante.
Jackson, el icono por excelencia de los transestético, de la búsqueda obsesiva de la belleza física, de la metamorfosis clínica que desemboca en la ruina, le sirve a Belin para desentrañar las incoherencias de nuestro concepto de belleza.