Una de las orillas de la cinematografía es sin duda el documental, desde las tomas de los Lumière hasta los planteamientos más contemporáneos, eclécticos y complejos. Como todo acto recreativo, el documental es a su vez un río en el que confluyen diversas corrientes, que viran sus recorridos por la salida de sus ensenadas o, de plano, se escapan en el impulso de su torrente. Carlos Mendoza revisa con mirada crítica y sagaz el devenir de un género – no pocas veces denostado, manipulado e, incluso, puesto en el olvido– desde su más preclaro imperativo: el registrar escenas directamente de la realidad y las consecuencias que de ello se derivan, tanto en la redefinición de sus propias fronteras y en los modos de construirse, dentro del natural impulso de narrar –como se denomina su primer ensayo–, como en la relación que mantiene con el periodismo y la historia.