El libro recopila una serie de micro-ensayos y crónicas que dan cuenta de realidades aparentemente comunes que toman un carácter distinto –la mayoría producto de la mezcla entre lo trágico y lo ridículo- y que llaman la atención por el tono incisivo con el que están realizados. En ese sentido, Cortés Vega efectúa un encadenamiento de obsesiones e intereses personales sin la pretensión de agotar ninguno de los temas tratados, tanto como de llamar la atención sobre una manera particular de observar el mundo, atisbando de reojo su naturaleza perversa. Por ello se trata de un libro que puede muy bien ser leído como un divertimento, muy en el estilo de algunos textos del escritor guanajuatense Jorge Ibargüengoitia, como si algún lector incauto espiara las anotaciones que han sido trabajadas poco a poco en una libreta. El texto no reniega de su parte maldita, es decir, de una intencionada –malintencionada– manera de jugar al caos, como si estuviese sugiriendo la creación de una especie de anti-guía de perplejos, de derivaciones, de extravíos contemporáneos de diversa índole que negarían la reincorporación del ser contemporáneo a un orden que para serlo necesita de una buena cantidad de simulación.